En los bebés y niños prevalece la percepción emocional. Plenamente desde la concepción y hasta los dos años de edad. A partir de esa edad se inicia (¡Ojo!, se inicia), la conquista de la percepción racional, que no prevalecerá hasta los doce / catorce años. La percepción emocional, como su nombre indica, es emoción pura, lo que siento aquí y ahora; lo contrario de la percepción racional, que es análisis, lógica, pensamiento racional. Así pues, la forma de percepción de bebés y niños es opuesta a la de los adultos, por lo que para entenderse, una de las dos partes se ha de situar al nivel del otro, y para los bebés y niños es imposible hacerlo. Por lo tanto, o los adultos "nos elevamos" a su plano emocional o aquí no hay quién se entienda y una u otra parte, o ambos (los padres o los niños) saldrán perjudicados.
“El inicio de la guardería o del colegio es una experiencia de una gran carga emocional para nuestros hijos. Comprender y acompañar sus emociones, les permite afrontar sus nuevos retos”
Hay algo que debemos asumir: el inicio de la guardería o del colegio es una experiencia de una gran carga emocional para nuestros hijos (más intensa cuanto más pequeños son). Asumirlo representa la posibilidad de procurar que esa experiencia sea la mejor posible para ellos. Se piensa que esta experiencia, por muy traumática que sea, es una cuestión temporal a la que el niño se acostumbrará sin más consecuencias. Acostumbrarse sí que se acostumbrará (qué remedio le queda), pero dependiendo de cómo la haga, ese proceso puede traer consecuencias a corto y a largo plazo en su desarrollo psicológico. Hoy en día existe la evidencia de que toda experiencia temprana en las épocas críticas de ese desarrollo (gestación, nacimiento y primera infancia) afecta la arquitectura del cerebro. Dejan huellas profundas en nuestra forma de ser y de sentir que moldean nuestro desarrollo psicoemocional posterior y nos afectan el resto de nuestras vidas. Está en nuestras manos conseguir que el inicio de la experiencia escolar para nuestros hijos sea la mejor posible. Para ello es fundamental ponerse en “la piel” de bebés y niños, comprender la manera en que procesan esa experiencia, lo que sienten al enfrentarse a ella.
La prueba de la intensa experiencia emocional que supone para bebés y niños el inicio del “cole”, es la respuesta conductual que muestran ante ella. Muchas madres constatan que sus hijos, desde el inicio de la guardería, lloran más, duermen peor, demandan más lactancia, muestran más apego, etc. O desde que inician el colegio o acceden a un nuevo centro, se muestran más inquietos, más irritables –se enfadan, cogen rabietas o se muestran agresivos-; o por el contrario sumidos en sí mismos, ausentes o poco comunicativos; exigen más atención, etc. Todos estos cambios en su conducta son una expresión del estrés –físico y emocional- que padecen ante este cúmulo de nuevas experiencias (separación del entorno familiar; niños, cuidadores y profesores desconocidos; ambientes nuevos, etc.).
¿Qué podemos hacer madres y padres para ayudar a nuestros hijos en esta experiencia tan importante para ellos? De entrada escoger una guardería o colegio acorde a una crianza y educación respetuosa. Respetuosa con sus necesidades emocionales; con la individualidad de cada bebé o niño; con cada etapa de su desarrollo. Respetuosa con los deseos de madres y padres en esta línea. Para facilitar la adaptación del bebé o niño a la guardería, podemos establecer un ritmo de adaptación, empezando con cortos períodos, con la presencia materna o paterna, e ir alargándolos paulatinamente, según la reacción de nuestro hijo.
Una vez han iniciado la guardería o colegio, hemos de estar muy atentos a las conductas que muestran nuestros hijos. Responder a sus cambios conductuales con escucha emocional, con empatía hacia lo que sienten, con sensibilidad, paciencia y mucha afectividad.
La “Escucha Emocional” es la herramienta más útil y efectiva para tratar los conflictos emocionales de bebés y niños. Al bebé y al niño sus emociones le “estallan” en su interior. Aún no saben comprenderlas, controlarlas y gestionarlas. Es indispensable que madres y padres permitamos sus expresiones emocionales, las acompañemos y les mostremos cómo afrontarlas. No podemos ignorarlas, ni negativizarlas (“no hay para tanto”, “ya se te pasará”, “bueno, no te preocupes vamos a jugar”, “te pones insoportable”, “deja de llorar, no te va a servir de nada”, etc.), y mucho menos castigarlos (“vete sólo a tú cuarto hasta que se te pase”, “si no dejas de estar enfadado no iremos al parque”, etc.), y jamás pegarles (ni siquiera bajo la absurda idea de que “una torta de vez en cuando les va bien”).
En el caso de bebés, que aún no hablan, no hay que olvidar nunca, que siempre que lloran es por que tienen una necesidad inmediata. El llanto es su único medio de expresarla. Si tiene hambre, le daremos de comer. Si tiene el pañal sucio, se lo cambiaremos; o si tiene frío o calor lo solucionaremos; si le duele algo o está enfermo le llevaremos al pediatra. De igual manera, el bebé llora para expresar necesidades emocionales que necesitan ser satisfechas. Sus necesidades emocionales son tan importantes como sus necesidades físicas.
Cuando los niños crecen, a partir de los dos años van adquiriendo capacidad de expresión a través del lenguaje, pero aún están muy lejos de poder utilizar las palabras para explicar sus sentimientos. Debemos “leerlos” detrás de sus comportamientos y actitudes. Toda expresión emocional tiene un significado, una intención. Las descargas emocionales son un medio de liberarse de las consecuencias de experiencias dolorosas. Si un niño coge una rabieta, su cólera será el síntoma de alguna emoción que le altera. A lo mejor le angustia ir al “cole”, a lo mejor se ha peleado con otro niño o le han reñido, a lo mejor está muy cansado, a lo mejor hecha de menos a su papá, a lo mejor siente celos de su hermanito, a lo mejor… Para él, nuestras reacciones tienen más significado que nuestras palabras. Escuchar, acoger y otorgar validez a los sentimientos de nuestros hijos significa ayudarles a construirse como personas, como individuos emocionalmente equilibrados. Les otorgamos seguridad y autoestima, sólidos cimientos para afrontar sus nuevas experiencias, desarrollarse en armonía y ser felices.
Por Enrique Blay
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