domingo, 20 de enero de 2008

Reglas claras para los hijos propios y ajenos

Las nuevas realidades de las parejas separadas y vueltas a casar, a veces hacen difícil la convivencia con los más chicos de la familia. Sepa las claves para una buena relación con ellos y con su pareja.

Los dos elementos más importantes a tener en cuenta a la hora de establecer reglas claras de convivencia son la comunicación y cooperación. Saber escuchar y expresarse no sólo ante los chicos, sino entre adultos. Y cooperar tanto con la pareja como con los hijos, sin formar bandos arbitrariamente con ninguno.

Es fundamental encontrar tiempo –un bien muchas veces demasiado escaso en la vida adulta– para charlar con la pareja.
No se debe “robar” tiempo a otras actividades, en el sentido de aprovechar un momento donde se está haciendo otra cosa para hablar de los problemas con los chicos.

El tiempo debe ser exclusivamente dedicado a charlar de estos temas, para poder hacerlo de manera relajada y atenta a las necesidades del otro.

Ser padres implica que ambos deben entender que las reglas para los hijos se hacen de a dos, no enfrentados uno con el otro. Explique a su pareja la conveniencia de poner límites y marcar caminos a los chicos, y de hacerlo juntos.

Si su pareja no es el padre biológico de su hijo o hija, asegúrese de que el chico entienda que, pese a estar separados, ambos son aún responsables por su destino.

Es importante que perciba que ser padre es una tarea de equipo, de a dos, y que ninguno de los dos, padre o madre, renunciará a su labor.

El aporte del adulto que no puede estar físicamente con su hijo en el día a día también debe ser fundamental, y eso también deben sentirlo los chicos.

Como adulto responsable, observe las conductas de sus hijos y piense qué reglas son las más necesarias para cada uno. Esto es, qué situaciones problemáticas requieren de su intervención.

Hable de sus sensaciones como padre con su pareja, con el padre o madre del chico y con el propio niño. Asegúrese de saber cómo piensa cada uno antes de tomar una decisión.

En el momento de hablar con sus hijos, formule las reglas de convivencia de modo que no se sienta despreciado ni dejado de lado.
Abra al debate, en términos que permitan que el chico pueda entender (y hasta a los que pueda oponerse, siempre con argumentos propios de cada edad) los motivos de sus decisiones.

Escúchelo y déjelo hablar sin interrumpirlo. Siempre que pueda, evite elevar el tono de voz y jamás permita que el intercambio llegue al nivel del insulto o la descalificación mutua.

En la medida de lo posible, las reglas de convivencia deben ser consensuadas, esto es aceptadas, comprendidas e internalizadas por la mayor cantidad de miembros de la familia.

Si el chico se desenvuelve en dos hogares, es fundamental asegurarse de que las reglas sean válidas para ambos y se cumplan en todo momento con supervisión de uno de los padres.

Aunque, claro, quizás exista un número de reglas que deban ser distintas para cada chico, si éste vive situaciones diferentes.
Por ejemplo, no habrá problemas en que monte su bicicleta si cuenta con el espacio para hacerlo en uno de sus hogares. Pero si su otro padre vive en un barrio peligroso, el tema estará completamente prohibido y fuera de discusión.

También intente ser claro en estos aspectos, para no hacer que el chico se sienta “protegido” por un padre y “castigado” por el otro.
No está de más, siempre tratando de no ser demasiado antipático ni chocante, escribir las reglas de la casa, para no enfrascarse en discusiones evitables con un poco de previsión.

Si hay un documento escrito del que sus hijos tienen conocimiento, es probable que el número de conflictos y malos entendidos disminuya.

Como se sabe, las reglas se hicieron para romperse. Por eso, cuando se le impone un castigo a los chicos, es fundamental consensuarlo entre ambos padres.

Esto no hace solamente a lo justo del castigo, sino a tener la certeza de que su cumplimiento será supervisado por cualquiera de los dos.

Siguiendo con este tema, también se deberá ser tolerante con el otro padre en caso de que decida “hacer la vista gorda” en alguna oportunidad. Las excepciones también existen, y siempre que sean justificadas (y no se repitan constantemente) se deberá aceptarlas.

Es más, estos eventos servirán para aprender en qué ocasiones conviene dar un poco el brazo a torcer. Y para darse cuenta de que lo corriente será que, a medida que los hijos crecen, las reglas cambien.

Esto es lógica pura. No hay que tenerle miedo a este tipo de procesos, más bien todo lo contrario. Un adulto responsable debe encararlos teniendo como premisas los dos elementos ya mencionados: comunicación y cooperación.
Pero, claro, no todo es color de rosa. Muchas serán las ocasiones en que ambos padres no se pongan de acuerdo en la conveniencia de alguna de las famosas reglas.

Esto es normal: tampoco es bueno ser demasiado rígido ni basar la relación con los hijos en un conjunto de reglas inamovibles e inquebrantables.

Lo que sí es fundamental es comprometerse profundamente en la educación de los propios hijos, y entender que las reglas que se les impongan, sean éstas pocas o muchas, están hechas con la mejor de las intenciones hacia ellos.

http://mujer.prodigy.msn.com

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