Para un niño de dos años, no ensuciarse es imposible. El contacto físico con la realidad le provoca sensaciones que ningún juguete puede imitar. Entonces… ¿Por qué los padres no concedemos valor pedagógico a las manchas e intentamos evitarlas?
Los pequeños se sorprenden, enfadan, frustran y superan a sí mismos cuando tocan, amasan, agarran, sueltan, crean, destrozan... Numerosos estudios lo corroboran: los niños que no mantienen un contacto directo con el mundo no se adaptan adecuadamente a él. Entre sus materiales favoritos están la tierra, el agua, el lodo, la hierba... y con razón. Jugar con la tierra les ayuda a liberar tensiones y desarrolla su creatividad; y en contacto con el agua se liberan emociones.
Además, al experimentar aprenden de sí mismos, de sus capacidades y límites. Así que… ¿por qué nos empeñamos en limitarles el juego para que no se manchen?
Mancharse para aprender
Hay que rendirse a la evidencia: pretender que el niño juegue, experimente y aprenda sin mancharse es una utopía. Y tampoco nos sirve la disculpa del «miedo a los gérmenes». Precisamente en contacto con la suciedad se desarrolla el sistema inmunológico. Entonces, solo queda aprender a afrontar la temida mancha.
Ensuciarnos con nuestros hijos de vez en cuando es una buena forma de entenderlos, además de una oportunidad para volver a entrar en contacto con el mundo. Algunas razones para compartir manchas:
* A los pequeños les produce una emoción indescriptible ver a sus padres implicándose activamente en sus juegos, sobre todo cuando se «arriesgan» a tirarse al suelo y ensuciarse también.
* No censurar la suciedad que proviene del juego asegura a los padres que nunca se ensuciarán para retarlos o rebelarse.
* A esta edad son muy sensibles a las manifestaciones de aprobación o reproche, por lo que es fundamental para una buena integración con el medio que sientan el apoyo de los padres en esta tarea.
* Se encuentran en la edad del juego simbólico y la imitación, por lo que si colaboramos con ellos es muy fácil que nos imiten en las tareas que les propongamos, como lavarse las manos y los dientes, cortarse las uñas...
Qué se pierden con la limpieza
Ellos perciben nuestra actitud hacia la suciedad y les afecta. Si intentan no mancharse (aunque no lo consigan), dejan de vivir muchas cosas:
Si les obligamos a ir limpios, reducimos su probabilidad de realizar tareas con éxito, ya que limitarán los medios para alcanzar sus objetivos.
Disminuye el disfrute que sienten con las actividades.
Limitamos su campo de juego y, por lo tanto, sus oportunidades de aprendizaje.
Introducimos un factor –miedo a ensuciarse, limitación física– que se puede traducir rigidez en su cuerpo.
Afecta directamente a la adquisición del lenguaje, ya que la lengua hablada está precedida del lenguaje corporal y se apoya en él.
Trucos efectivos
Sabemos que en algunas ocasiones se van a ensuciar (cuando hay charcos, si vamos al campo...). Es mejor que esos días lleven ropa de batalla (cómoda y no demasiado nueva), que culparles después de las inevitables manchas.
Jugar con la tierra, hierba, etc. es positivo y les aporta una gran seguridad. Sólo hay que vigilar que no haya heces de animales en ella.
Enseñarles a lavarse las manos a fondo después de jugar y antes de las comidas. Se lavan con jabón y durante al menos 15-20 segundos.
Cortarles bien las uñas. Bajo ellas se puede quedar mucha suciedad que puede terminar en el cuerpo al rascarse o al comer.
Bañarles al final de cada agotadora jornada de exploración.
Desde | Ser Padres
No hay comentarios:
Publicar un comentario