Aunque con cierta frecuencia se escucha que los niños tienen sexualidad, los progenitores se angustian cuando observan en sus hijos manifestaciones de esta tipo. Entre las inquietudes se encuentran las relativas a si las manipulaciones, los juegos y la curiosidad sexual son partes del desarrollo normal de los niños. ¿Qué deben hacer? –si es que acaso se debe actuar al respecto-, o ¿cómo se deben tomar estas situaciones? La ignorancia que algunos padres presentan con respecto a estos temas proviene de la natural amnesia que envuelve a los episodios de la propia infancia. Poco se suele recordar de los intereses sexuales de la temprana edad.
El onanismo es una actividad esperada en niñas y niños a partir de los tres o cuatro años, y después de un corto receso en la pubertad. La latencia sexual que se inicia alrededor de los siete años marca un vuelco del niño hacia otras inquietudes y satisfacciones. Con la activación hormonal y el desarrollo corporal se regresa nuevamente a la masturbación como forma de obtener placer. La excitación sexual que se presenta durante la infancia –decía Sigmund Freíd, uno de los primeros en estudiar la sexualidad infantil- se presenta “como un prurito centralmente condicionado, que impulsa a la satisfacción onanista, o como un proceso que, al igual que la polución que aparece en la época e la pubertad, alcanza la satisfacción sin ayuda de acto alguno”. Que un niño o niña se masturben, y que en principio lo hagan de manera más o menos indiscriminada, no es signo de corrupción por parte de otras personas.
El juego corporal entre niños que incluye tocarse y explorarse mutuamente o curiosidad por ver el cuerpo desnudo de los adultos son manifestaciones esperadas, y no indican en sí mismas patología alguna. En oportunidades, los niños utilizan palabras que hacen franca alusión al acto sexual, sin entender del todo el significado que éstas tienen entre los grandes. En estos casos, probablemente, los niños han escuchado estos términos en la boca de personas cercanas o a través de la televisión u otros medios, y los utilizan como parte de la curiosidad general que les producen y como una forma de explorar y entender más.
Las relaciones paternas causan efecto en el comportamiento y posterior desarrollo sexual. Aunque pudiera pensarse que forma parte de actitudes erradicadas, ciertos adultos todavía acostumbran amenazar a los niños cuando observan algún indicio de manipulación o frotamiento de sus genitales. Frases como “Si continúas haciendo eso, te la van a cortar”, o “Cochina, déjate que eso no se toca”, son pronunciadas por algunos padres. Las advertencias descalificadotas y las amenazas de castración producen, como mínimo, sentimientos de culpabilidad. Tampoco se les debe pegar, si se los encuentra masturbándose en la ducha o la habitación.
El cuidado que hay que prestar a los hijos para que crezcan en un ambiente sano y libre pasa, por supuesto, por la actitud atenta que los padres tengan sobre las personas que los rodean. Hay que enseñarles a los chicos que existen lugares adecuados para entregarse a ciertos rituales placenteros. Por pudor y convenciones sociales no está permitido masturbarse en público. Por un problema de intimidad e integridad, tampoco debe el pequeño dejarse tocar por otras personas. El cuerpo es un asunto personal y de la esfera íntima del ser humano. Incluso los padres, progresivamente, tendrían que dejar de asistir al niño en las prácticas de aseo y cuidado personal.
No obstante, cuando un niño pierde interés por el juego o por las actividades propias de su edad y se entrega compulsivamente a prácticas onanistas y solitarias, es posible que algo está sucediendo en su pequeña cabeza. En estos casos la visita a un especialista puede ser provechosa.
* MIGUEZ, María del Carmen. Aprender a ser padres. México : Alfaomega, 2002, p. 81-82.
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