miércoles, 9 de abril de 2008

Para ser buenos padres...

Saber cuándo dejar ir

“La principal labor como padres es ir haciéndonos prescindibles. Por lo tanto, debemos animar a nuestros hijos a hacer cosas por sí mismos; a resolver solos sus problemas; y a creer en sus habilidades.
Pese a ello, en pro de la eficiencia, los padres tendemos a hacer cosas que nuestros hijos podrían hacer por sí solos; o en nuestro afán por evitarles molestias, los “rescatamos” en vez de dejarlos aprender de sus propios errores. Es mucho más importante enseñarles a considerar las consecuencias de sus acciones que tratar de protegerlos. Supongamos, por ejemplo, que un niño deja su bicicleta en la calle. Lo más tentador es entrarla uno mismo a la casa; pero es mucho más inteligente ayudarle a pensar en las posibles consecuencias preguntándole qué cree que pasará si deja la bicicleta afuera. Lo más probable es que una vez que piense en ello, decida que lo mejor es entrar la bicicleta”.

Jane Nelsen, Ed. D., terapeuta familiar y autora de 12 libros de paternidad, incluyendo la serie “Disciplina positiva”.

Tener un buen matrimonio


“Los niños se ven afectados por la relación de sus padres de muchas maneras. Las investigaciones han demostrado que los matrimonios que se aman son mejores padres: tienen más paciencia y están más atentos a las necesidades de los niños. Los matrimonios infelices, en cambio, son más torpes para lidiar con sus hijos, inconsistentes y a veces más duros en la forma de educar. El tipo de matrimonio afecta las relaciones futuras de los hijos. Cuando los niños ven que sus padres interactúan respetuosamente, descubren que el respeto es el primer paso para relacionarse con los demás; cuando ven la forma en que resuelven sus problemas, aprenden a solucionar sus conflictos; cuando ven que se besan, se sienten acogidos y seguros”.

John Gottman, Ph.D., vicepresidente del Instituto de Investigaciones de Matrimonio y Familia en Seattle.

Saber cómo decir no

“Muchos padres piensan que es duro ser firme con los niños. No pueden fijar reglas; amenazan pero no cumplen. Y no captan que eso trae serias consecuencias… “No hay televisión por una semana”, dice una madre a su hijo en la mañana, para hacer una excepción esa misma noche. Si nosotros renunciamos a nuestra autoridad, le estamos haciendo un flaco favor a nuestros hijos.
Cuando ellos son chicos, buscan reglas claras, no elásticas. Pero cuando son adolescentes, los que no ven a sus padres como una autoridad buscan en otra parte un código de conducta. Gene-ralmente lo encuentran en la “segunda familia”: el poder colectivo de sus pa-res y de la cultura pop. En ese mundo, los niños pueden actuar de forma no-civa y arriesgada.
La mejor manera de proteger a los niños de estas influencias externas es que los padres usen su autoridad con asertividad, consistencia y convicción, desde que ellos son pequeños. A veces puede ser difícil e incluso confuso: sospechamos de la excesiva severidad al ver el escaso efecto que ésta produce en algunos niños; y por otro lado, dudamos si mostrarnos comprensivos por miedo a crear niños mimados e irrespetuosos.
¿Cuál es la respuesta? Lograr un equilibrio… Por un lado, ser empáticos y un apoyo en el camino de su vida, y por otro, ser claros y firmes en cuanto a ciertos códigos de comportamiento”.

Ron Taffel, Ph.D., terapeuta y autor de “La segunda familia: Cómo el poder adolescente desafía a la familia americana”.

Tener tiempo para hacer cosas entretenidas

“Los buenos padres son juguetones y recuerdan lo importante que es entretenerse con sus hijos. Eso significa compartir el mundo de los niños siendo parte de sus juegos.
Los juegos son una increíble forma de transmitir cariño, ha-bilidades, capacidad de soñar y de trabajar en equipo. Los juegos son también una forma de recuperarse de los malos ratos y de echar a volar la imaginación. Cuando nos involucramos con el mundo de los niños, nos damos cuenta de que tenemos más energía, nos sentimos mejor acerca de nosotros mismos y de nuestros hijos y nos damos cuenta que es la mejor manera de forjar una relación profunda con ellos”.

Lawrence Cohen, Ph.D., psicólogo clínico y autor de “Payful Parenting”.

Ser un gran modelo de vida

“Todos los padres quieren ver a sus hijos (ya crecidos) como personas responsables, buenas y de confianza. Pero enseñar valores no es lo mismo que enseñar a un niño a nadar. Ansiosos por instrucciones, los padres suelen preguntarme: “¿Servirá si llevo a mi hijo a misa?, ¿o si le leo historias sobre temas morales?, ¿o si lo comprometo en una comunidad de servicio?” Yo les digo que eso puede ayudar, pero la clave para criar a un hijo con carácter es ser uno mismo una persona con carácter.
La mejor manera de inculcar valores es ser un modelo fuerte y presente. Una vida entera entre adultos generosos forma personas generosas; una niñez en que las cosas materiales no son tan importantes forja adultos desprendidos; los padres que demuestran sensibilidad y preocupación por sus hijos inculcan en ellos la capacidad de empatizar y de ser caritativos con los que lo rodean.
Los valores no nacen de un libro de texto o de discusiones abstractas; los niños los aprenden mucho antes de que sepan leer o discutir. Los valores se aprenden en las interacciones del día a día. Si un niño quiere y respeta tu persona y tus valores, va a querer hacerlos propios”.

Elizabeth Berger, psiquiatra de niños y adolescentes, autora de “Criando a los niños con carácter”.

Manifestar amor eterno por los hijos


“Demostrarle amor eterno a un hijo es el alma de lo que es un buen padre. Afortunadamente, forma parte de la naturaleza...
Mostramos amor a través del afecto: sofocarlos a besos u ofrecer una sonrisa son formas silenciosas de decir “te quiero”. También lo es la comprensión de sus necesidades en cada etapa de la vida: para un infante, seguridad; para un pequeño, ánimo; para un escolar, inspiración en las lecciones de su vida; y para un adolescente, tiempo y juicio en los consejos.
Pero sobre todo, el amor se expresa siendo padres firmes, estables, confiables y presentes en la vida del niño, lo que implica no sólo calidad, sino gran cantidad de dedicación y de tiempo. Implica crear rituales familiares y disfrutar de los momentos de paz. Es por ello que no hay habilidad ni aptitud que supla la condición fundamental de un buen padre: estar, pero estar atentos y comprometidos”.

William Doherty, Ph.D., director del “Programa de Terapia Matrimonial y Familiar” de la Universidad de Minnesota

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