Todos sabemos que los niños vienen al mundo sin un manual de instrucciones bajo el brazo; pero dejemos de lamentarnos: ahora más que nunca tenemos suficiente información (libros, revistas, vídeos) que sirven para orientarnos sobre la difícil labor de educar a un hijo.
Los niños no son hombres y mujeres en pequeñito (aunque lo parezcan); los niños son niños, y para ser “mayores” han de pasar por toda una evolución física y psicológica hasta llegar a la edad adulta. Por ello, no se les debe culpar de que: sean inquietos, que se pasen el día jugando (es su manera de aprender), que griten, lloren o se encaprichen, que rompan sus juguetes (quieren saber qué tienen dentro que produce ese ruido...), que se ensucien, que sean desordenados, que se tiren la comida por encima, etc. Intentaré explicar por qué digo esto.
Cuando nace un bebé depende exclusivamente de sus padres y familiares; ellos le sirven de modelo, de ejemplo, y esto es así hasta bien entrada la adolescencia (o incluso para toda su vida). El bebé demanda cuidados, protección, alimento y cariño; desde que nace, empieza una serie de aprendizajes que poco a poco le harán ser más independiente.
Para ser padres, ¡hay que tener mucha paciencia! Por ejemplo, cuando un pequeño a partir de los ocho meses se dedica a tirar los objetos que se le ponen en la mano, en vez de enfadarnos y decir:
-¡Qué malo eres!, deberíamos comprender que está aprendiendo, entre otras muchas cosas, las leyes fundamentales de la gravedad; es decir, comprueba el peso del objeto, su volumen, a qué distancia es capaz de tirarlo con el mínimo esfuerzo, el sonido que produce cuando llega al suelo, el tiempo que tarda en caer y en regresar a él/ella de nuevo (porque alguien se lo vuelve a dar)... También está descubriendo para qué sirven sus manitas y cómo ha de utilizarlas.
-¡No metas eso en la boca, cochino! Otra expresión desafortunada que insulta a una criatura por pasarse el día explorando. La boca de un bebé o un niño, hasta los tres o cuatro años, es como para nosotros el sentido del tacto en las manos, pues tiene muy desarrollado dicho sentido en la lengua y los labios; por lo que, es evidente, cualquier cosa que coge con sus manos se lo lleva acto seguido a la boca para reconocer su textura (y de paso su sabor).
Hay que tener en cuenta que un bebé para comunicarse, sólo sabe llorar y reír. No debemos mirar mal a una madre que lleva a su hijo gritando por la calle porque ella no le ha hecho nada; el nene estará diciendo que tiene hambre, sueño, que quiere el juguete que acaba de ver a otro niño que pasaba, que quiere bajarse de la silla (porque esta aprendiendo a andar y lleva ya mucho rato sentado), que no quiere marcharse del parque, que se le ha caído el chupete y no sabe dónde está, etc.
Un niño cuando se cae y llora no es comedia, es porque le duele. Si usted fuera al dentista con una infección en la muela, desesperado por ese dolor, odiaría que este le dijera: -“No seas quejica que no es para tanto”. Por ello, no debemos negarle el dolor que siente ni decirle: -“No ha sido nada”; a él o ella le duele mucho, y con expresiones de este tipo nos arriesgamos a que empiece a desconfiar de aquello que le decimos y hacerle a la idea de que no siempre tenemos razón. Es más efectivo hacerle el “¡Sana, sana, colita de rana, si no sanas hoy sanarás mañana!” y darle un besito, porque esto le hará sentirse protegido, comprendido y, lo más importante, desviará su atención sobre el golpe que se había llevado.
Cuando un bebé está enfermo está insoportable porque no reconoce lo que le está pasando; tiene fiebre, le duele el estómago o las encías, no respira bien... son síntomas que los adultos, cuando los tenemos, sabemos que se trata de una enfermedad. Sin embargo, él/ella tiene malestar o se está «muriendo de dolor» y no comprende porqué; ignora que le están saliendo los dientes o que tiene un resfriado. Es un buen momento para demostrarle nuestro cariño y tendremos que armarnos de serenidad para no llegar a la desesperación.
Nos hacen de rabiar cuando desobedecen nuestras órdenes, o eso es lo que nosotros creemos. En realidad, lo que hacen es repetir una acción (para comprobar y demostrarse a sí mismos) que provoca una reacción y que es siempre la misma; lo que pasa es que esa acción suele estar prohibida. Por ejemplo, cuando se suben a una altura y procedemos a bajarles al mismo tiempo que les decimos que se van a caer; primero, experimentan la reacción que tenemos al verlos allí subidos y, después, descubren que no se caen (a no ser, que les demos el suficiente tiempo para hacerlo). En estos casos, es preferible hablarles de probabilidad: “Bájate de ahí que te puedes caer”. Asegurar que se van a llevar un golpe sólo por estar subidos a una mesa o una escalera y otras afirmaciones similares les inculca desconfianza en sí mismos, según señalan algunos expertos.
Hacia los dos años tienen la etapa del “no”. Así empiezan a descubrir dónde está la frontera entre lo que pueden y no pueden hacer y que no siempre logran salirse con la suya (excepto si sus padres le consienten y malcrían). En estas edades (y en las posteriores también) es necesario dejarles llorar; además de oxigenarse su cerebro, liberan: tensiones, agresividad, frustración... Se quedan tranquilos, sosegados, después de uno de estos llantos (ojalá los adultos lo hiciéramos más a menudo). Entonces es cuando más necesitan un beso, un abrazo y aceptación, no una bronca recordándole el motivo de su disgusto (que ya se les había olvidado) o palabras como: desobediente, caprichoso, etc.
A los tres años, tiene siempre un “¿por qué?” en su boca y puede hacer preguntas que nos dejen boquiabiertos. Hemos de ser pacientes, está empezando a descubrir el mundo. Hay que procurar explicarles las cosas sin darle muchas vueltas y con lenguaje sencillo, para que nos entiendan. Un niño no es mentiroso, a no ser que sus padres le cuenten mentiras (a él/ella y a los demás) y aprenda a serlo. Un pequeño de tres años que nos cuenta una historia, cuando sabemos que no es posible que sea cierta, hemos de evitar llamarle cuentista o mentiroso. A esa edad derrochan imaginación y la narración que estén haciendo para ellos es auténtica, verdadera, porque todavía no distinguen la realidad de la ficción. Para ellos, lo que piensan (sus imágenes mentales) y lo que viven es todo lo mismo; por eso a veces se creen los héroes de las fantásticas aventuras que se inventan.
Hasta los siete años los niños se dejan llevar por lo que ven, no saben que las apariencias pueden engañar y confían en lo que sus ojos perciben como absoluta verdad; es muy normal que digan algo como: -“Sí que existe, que yo lo he visto por televisión”.
Los niños pequeños son egoístas y no sólo porque se creen el centro del universo (como también le pasa a algún que otro adulto), sino porque piensan que su punto de vista es el único que existe y no se pueden imaginar que cada uno de nosotros tiene otro diferente; es decir, no diferencian su propio yo del mundo exterior. Si lo vemos desde esta perspectiva, es lógico que los niños menores de tres o cuatro años tengan un sufrimiento interior debido al nacimiento de un hermano (su realidad se ha visto invadida por un intruso), ya que para su madre ha dejado de ser el centro de atención.
Los niños de cuatro o cinco años no son chivatos, sólo que denuncian las irregularidades que ven a su alrededor y se encargan de informar cuando se comete una injusticia (¡ya podíamos hacer nosotros lo mismo!). A un hijo o hija hay que escucharle siempre, aunque nos aburra con las aventuras que han vivido sus héroes de los dibujos animados. Si no mantenemos esa comunicación, cuando crezca no querrá contarnos sus problemas o preocupaciones porque “nunca tenemos tiempo para sus tonterías”.
Seamos conscientes de que si logramos educar a un niño o niña para que sea indulgente, autosuficiente, responsable; para que desarrolle su personalidad, inculcándole confianza en sí mismo y en sus padres, le estaremos ofreciendo el mejor regalo que podamos darle.
Con un niño hay que ser autoritario y condescendiente cuando es justo y necesario, no siempre una sola de esas dos cosas; porque todo ello servirá para que tenga un desarrollo adecuado y, además, tanto en el presente como en el futuro, es de lo que dependerá su autoestima y su salud mental.
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Marienca Gago Maicas
Desde http://www.geomundos.com/
1 comentario:
Liz:
tu primer post es perfecto. Me encanta como brevemente nos dan un panorama del desarrollo
Sencillamente, espectacular.
Gracias
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