El llamado Síndrome del Emperador es uno de estos temas que se han puesto de moda y que empiezan a preocupar a los padres. Sin embargo, antes de catalogar a nuestros pequeños como dictadores sería interesante comprender cómo funciona la personalidad de los niños en general y saber cuándo hay que preocuparse.
En la etapa de 3 a 4 años, la llamada edad preescolar, es en la que se consolida la personalidad. Los niños intentan hacer las cosas por sí mismos, sin ayuda de sus padres y de otros adultos de su entorno. En esta etapa procuran ser independientes, son capaces de expresar sus necesidades y están ansiosos por aprender. Pero, mientras tanto, tienen que comprenderse a sí mismos y aprender a controlar sus emociones.
A estas tempranas edades los niños aprenden experimentando y es normal que pongan a prueba a los adultos de una vez. Es la etapa en la que desarrollan sus temores y descubren sus límites. También es común que no distingan entre la realidad y la fantasía, lo que muchas veces los adultos solemos confundir con mentiras.
Necesitan reglas simples y claras para afianzar los límites aceptables a sus comportamientos. Además, debemos indicarles siempre las consecuencias del imcumplimiento de estas reglas. Por eso es importante no amenazarles con castigos que luego no vamos a cumplir. Recordemos que es una etapa en la que aprenden haciendo, por lo que el ejemplo es la mejor manera de que comprendan que una actitud determinada es correcta.
Sus emociones son profundas pero fugaces y necesitan ser estimulados para expresar sus sentimientos con palabras. Es importante hablarles, pero, sobre todo, hay que saber escucharles. Es una etapa en la que empiezan a compartir y eso incluye los sentimientos.
Los juegos también son una forma de educarlos en valores y de hacerles demostrar sus habilidades y expresar sus inseguridades, miedos, etc. Es cierto que comienzan a hacer preguntas que muchas veces son incómodas para nosotras y van a empezar a cuestionar nuestras indicaciones con preguntas como ¿por qué? o ¿cómo?.
Hacia los cuatro años tienden a jactarse y a dar órdenes, necesitan sentirse importantes y valorados. Un elogio a tiempo cuando hace las cosas bien tiene más valor que una crítica de sus efectos. Sobre todo, porque tienen que sentirse libres para realizar actividades por sí mismos. En estos momentos una frustración puede hacerles renunciar a esta tarea.
Aunque sean agresivos algunas veces, desean estar con otros niños y tener amigos. Pretenden ser mayores, imitan a los adultos importantes como papá y mamá o a otras personas a las que admiran. Los niños de tres o cuatro años están aprendiendo a razonar, no entienden la ironía y aprenden de sus fracasos.
Los adultos tenemos que aprender a decir NO
El peligro en estas edades es cuando no sabemos imponerles límites. Tememos que nuestros niños se frustren y nos acostumbramos a no decirles NO. Pero, aparte del intento de compensarles carencias de tiempo y afecto con objetos materiales, también tendemos a mimar y sobreproteger demasiado.
Hay que estar atento a que los pequeños comprendan que vivir en una sociedad supone respetar normas de convivencia. En una etapa de su desarrollo en la que quieren valerse por sí mismos y desempeñar actividades como nosotros, lo mejor es enseñarles a actuar según el buen ejemplo y a ayudar desde el principio. En el ámbito del hogar todos tenemos derechos y deberes, el niño incluido, y aunque les enseñemos, no es correcto hacer todo por y para ellos. Los niños se sienten importantes cuando creemos en sus habilidades. De la misma manera, si damos el ejemplo y los respetamos como personas, conseguiremos que respeten a los demás. Por ejemplo, si hay turnos par hablar y no se debe interrumpir a los demás, esto incluye que cuando el niño habla debemos pararnos para escucharle. Siempre que los límites no sean autoritarios sino razonables, les haremos comprender que son importantes para una mejor convivencia.
Lo que ocurre cuando les dejamos hacer todo lo que quieren es que en algún momento no serán tan graciosos, o que en la vida se encontrarán con situaciones imposibles y si no están acostumbrados a ellas, se verán desvalidos, sufrirán emocionalmente y más adelante eso dará lugar a debilidad, actitudes inmaduras e incluso violentas. Hay que preocuparse cuando el niño no sólo llora, sino que tiene rabietas y acaba ganándolas. El niño se opone a sus padres y se da cuenta de que así ellos no son capaces de resistir. Poco a poco se hará más y más resistente, verá que por la fuerza conquista lo que quiere y cambiará el diálogo por la imposoción, el cariño por la violencia. Deja de ser cariñoso y cálido para convertirse en un tirano.
En la educación no hay fórmulas claras, los niños son seres humanos que reaccionan de maneras distintas. Pero hay determinadas reglas básicas que siempre que se aplican de manera correcta y temprana suelen funcionar: Lo primero es tener siempre en mente la existencia de normas que no deben ser impuestas sino habladas. El diálogo genera vínculos de confianza y respeto. Las normas, entonces, se constryen juntos, son coherentes y para todos. En este sentido la constancia y el ejemplo son fundamentales.
Normas y órdenas clara y concretas
Los padres deben tener una actitud común y no desautorizarse delante del niño. Deben estar seguros y ser claros al transmitir las normas. Las órdenes deben ser concretas: “recoge los juguetes”; “lávate los diente”, “no digas palabrotas”. Decirles “pórtate bien” es demasiado ambiguo para su corta edad. Siempre que le ofrecemos opciones les damos la oportunidadde participar en la norma, ellos comprenden que estamos flexibilizando: “prefieres ducharte ahora o después de cenar”.
El castigo físico es inaceptable pues resume la cuestión en una relación de fuerza física; hace que piensen que con violencia se solucionan las cosas. Así, cuando tengan un problema tratarán de solucionarlo con una agresión. Por fin, cómo actuar frente a las rabietas. Lo más importante es no darles nunca importancia, no hay que atenderlos cuando se enrabietan. Los niños saben que tendemos a darles lo que piden si estamos en público y nos vemos coaccionados por sus actitudes. Si desde los dos años, cuando empiezan a manifestar esa actitud, les damos lo que quieren con el objetivo de que se callen, lo único que conseguiremos será que utilicen esta fórmula más a menudo y de manera más escandalosa. Hay que esperar que se les pase el berrinche, hablar e intentar solucionarlo posteriormente.
La importancia del perdón
Los niños, por naturaleza, tienden a reconciliarse, a pedir perdón para evitar el rechazo de los demás. Si los adultos nos acostumbramos a evaluar nuestras actitudes equivocadas, replantear nuestras órdenes y pedirles perdón por nuestros actos explicándoles por qué nos hemos equivocado, les estaremos reforzando positivamente esta tendencia a reconocer y aprender de sus errores. Este ejercicio ético de respeto recíproco será muy útil en su educación en valores. Les ayudará a cuestionar juicios, a ser más humildes y reflexionar sobre sus actos.
Chavalucos, publicación colaboradora de hoyMujer, es una revista sobre maternidad y crianza que se distribuye por la cornisa cantábrica
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