Y para nosotros también, si queremos ser capaces de percibir lo que nuestros hijos sienten y viven en realidad. De hecho, no hay otra manera de acercarnos a su universo más íntimo que no sea el estar profundamente concentrados en la persona del niño. Tomarnos el tiempo de observar sus ojos, su pelo, su piel y su carita mientras juega. Observar sus reacciones, sus intentos, sus gestos. Su lenguaje, su interacción hacia nosotros. Observarle cuando ríe, cuando algo le divierte, cuando algo le asusta o le entristece. Estar con él de verdad, el máximo tiempo que nos sea posible, centrados en el “aquí y ahora”. Observar no significa permanecer pasivo, en este caso: se puede observar desde la participación activa en la experiencia del juego, de la lectura, de la actividad que sea.
Los padres tenemos la tendencia –por la abrumadora falta de tiempo a la que nos somete nuestra sociedad industrializada- a intentar hacer muchas cosas a la vez, a vivir con nuestro pensamiento permanentemente escindido. Hablamos por teléfono mientras hacemos la compra en el supermercado, repasamos mentalmente temas de trabajo mientras hacemos la cena o aprovechamos para desahogarnos con una buena amiga mientras nuestros hijos juegan en el parque.
En realidad, los adultos tenemos pocos momentos para estar “centrados” en una sola cosa y solo en ella. Las últimas teorías sobre el trastorno por déficit de atención e hiperactividad sugieren la idea de que es precisamente el trastorno adulto, el trastorno de nuestra sociedad , el que está contribuyendo –junto con otros factores- a multiplicar esta patología en los niños. Y resulta bastante coherente. Si los propios adultos somos incapaces de centrarnos, siquiera en la relación con nuestros hijos, si nosotros mismos mostramos constantemente un profundo déficit de atención en nuestras relaciones familiares y una hiperactividad a niveles cognitivo y conductual... ¿qué tipo de funcionamiento mental les estamos transmitiendo como modelo?
Es importante pasar largos ratos jugando con nuestros hijos o haciendo actividades conjuntamente. Pero más importante que hacer todo esto, es el hecho de hacerlo “con todo nuestro ser” puesto en ello. Haciendo valer nuestro compromiso con ellos, volcándonos por completo en ellos y entregándonos a la experiencia de estar juntos. De hecho, igual de valioso que ir al parque de atracciones es no hacer nada, siempre y cuando en ese no hacer nada con ellos esté puesta toda nuestra atención.
Por Violeta Alcocer
Desde | Atraviesa el espejo
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