Los padres controlan lo que comen los hijos, son su modelo e influyen en
su actitud ante la alimentación.
Un estudio de especialistas europeos en trastornos del comportamiento alimentario (TCA) confirma que algunos hábitos de la niñez se asocian con más casos de anorexia o bulimia años después.
El estudio, coordinado por Fernando Fernández Aranda, jefe de la unidad de TCA del hospital de Bellvitge (l´Hospitalet), y en el que participaron centros de otros cuatro países, analizó los hábitos en la niñez de 1.664 personas mayores de 16 años y 879 de ellas, afectadas por anorexia, bulimia y trastornos inespecíficos (casos parciales o mixtos de anorexia y bulimia, como atracones sin vómitos). La comparación de sus hábitos infantiles con los de personas sanas corroboró aspectos apuntados en estudios menores o parciales y que ya se intuían en las unidades psiquiátricas que tratan los TCA. Así, el trabajo permite prevenir actitudes que pueden favorecer posteriores desórdenes alimentarios.
Cada uno a lo suyo.
El estudio europeo constató que el doble de personas con TCA que sanas tenían de niños menús distintos en casa para ellos, un hermano, el padre... Las jornadas laborales y escolares largas y diversas, el amplio acceso a comida rápida y precocinada y otros cambios en la familia y estilo de vida aumentan la disparidad de platos disponibles y favorecen que muchas familias no coman juntas, a horas regulares ni sentadas a la mesa. Esto dificulta el control de lo que comen los niños y que su dieta sea equilibrada y variada durante el día.
Ni premiar ni prohibir.
Si haces esto, te doy helado; o te comes esto o no hay tele… Los chantajes usando alimentos son usuales con los niños; igual que los progenitores estrictos que prohíben comer según qué (luego, los hijos se darán atracones de ello). Estas estrategias de control y normas sobre alimentos se asocian con más trastornos alimentarios posteriores, según el estudio europeo. Los médicos lo achacan a que se impide la formación del niño en un adecuado autocontrol de la comida.
Obsesión.
En muchas personas con TCA, sus progenitores (más, las madres) mostraban una preocupación anormal por la comida. Los hijos de las personas con TCA tienen diez veces más posibilidades de sufrir trastornos porque les transmiten ideas erróneas y temores sobre los alimentos. Pero también influyen las madres sin TCA aunque siempre a dieta o preocupadas por su silueta o la de su hija. En cambio, no se constató que incida negativamente la obsesión por comer sano, aunque Fernando Fernández alerta de que sí entraña riesgo si supone restricciones (de esto no se come) porque evita una nutrición completa. "Sólo está justificada la preocupación si el niño tiene 4, 5 o 6 años y el pediatra diagnostica problemas de peso, si no, hay niños sanos de diferente constitución", dice el médico.
Demasiados dulces y ´snacks´.
Un estudio publicado el año pasado sólo de Bellvitge sobre sus pacientes con TCA ya comprobó que estos, de pequeños, habían ingerido más usualmente (de dos a seis veces por semana) chucherías y snacks grasos o salados. El estudio europeo publicado el pasado mes de julio coincide en esta conclusión. También indica que se dan menos desórdenes alimentarios entre quienes limitaron las ingestas de comida basura en su niñez.
Saltarse el desayuno. Es otro hábito extendido y que sería fácil de corregir que se asocia a más casos posteriores de trastornos, sobre todo de bulimia. Ya lo había señalado así el estudio de pacientes de Bellvitge.
Desde Medicina 21
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