Las infecciones del tracto urinario inferior (ITU) -la vejiga, sobre todo- son relativamente frecuentes en la primera infancia. Hay una mayor predisposición en las niñas porque la uretra -el conducto tubular que comunica la vejiga con el exterior- es en ellas más corta y ancha, lo que favorece la penetración de gérmenes a su través. Éstos son, principalmente, de origen fecal: en los niños pequeños que aún no controlan los esfínteres esa zona anogenital está habitualmente sucia y contaminada. Las infecciones llegadas por vía sanguínea son excepcionales.
Casi siempre cursan con febrícula, esto es, temperatura que no alcanza los 38ºC, mantenida a lo largo de todo el día o con predominio vespertino. Los otros signos y síntomas acompañantes de la fiebre son poco evidentes y en la mayoría de las ocasiones ni siquiera están localizados o referidos al aparato urinario.
Cuanto menor es el niño más generalizada y difusa será esta sintomatología. Así, en los recién nacidos y lactantes puede observarse inapetencia, escasa o nula ganancia de peso, vómitos, distensión abdominal o coloración pálida o grisácea de la piel. La disuria (dolor al orinar) que aparecerá en los niños mayores, es a estas edades tempranas inexistente. Por contra, y debido a que el niño pequeño no controla la orina, se suelen ver irritaciones en la piel que está en contacto con ella, en el llamado "área del pañal".
La pielonefritis es un grado mayor de la enfermedad al afectarse zonas del riñón con posible formación de cicatrices. Se manifiesta en los niños mayores por dolor sordo en la región lumbar y fiebre elevada, a veces con subidas intermitentes. Por lo demás el resto de los síntomas pueden ser totalmente inespecíficos. De no diagnosticarse y tratarse precoz y adecuadamente puede abocar a la insuficiencia renal desde edades tempranas.
Los niños con I.T.U., sobre todo si son repetidas, son siempre sospechosos de padecer alguna malformación en las vías urinarias que favorezca la aparición o el mantenimiento de la infección. Por ejemplo, reflujo vésicoureteral, ectasias piélicas (a menudo detectadas incluso en ecografías prenatales) o estrechamientos en los uréteres que conducen la orina desde los riñones a la vejiga. Por lo tanto, en tales situaciones el médico podrá indicar un estudio mediante ecografía o radiológico con medios de contraste para investigar su presencia.
Las infecciones urinarias se diagnostican mediante el cultivo de una muestra de orina recogida con preferencia a la mitad de la micción; esto es porque así la primera parte de la micción limpia de posibles contaminantes la uretra y hace más fiable el resultado.
En los niños pequeños es necesario utilizar para la recogida de la orina una bolsa de material plástico, disponible en las farmacias, que se adhiere a la zona de genitales y que sirve asimismo como medio de transporte hasta el laboratorio. El cultivo no sólo identificará el germen causante sino que también servirá para determinar el antibiótico más idóneo para su tratamiento.
Es de la máxima importancia tratar las infecciones urinarias correctamente puesto que dejadas a su evolución ya se dijo que pueden dañar al riñón de forma grave e incluso irreversible. Para ese tratamiento es necesario no sólo utilizar el antibiótico más adecuado sino también hacerlo durante el tiempo necesario, que nunca es inferior a una semana o diez días, aunque los síntomas hayan podido desaparecer por completo al cabo de pocas horas o en uno o dos días desde el inicio de la medicación.
En gran parte de las ocasiones, sin embargo, los familiares suspenden la administración -que puede haber sido preciso realizar por vía intramuscular- antes del plazo indicado por el médico, con el riesgo de que la curación no haya sido completa y la infección, aún más solapada en sus síntomas clínicos, continúe dañando las finas estructuras renales.
Desde | Libertad Digital
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