La nota es larga, pero es una excelente introduciion al "porteo" de bebes. Quizas, sea una opcion para ti y para tu bebe.
Desde un punto de vista fisiológico, el ser humano llega al mundo de forma prematura. De hecho, debería permanecer nueve meses más en el vientre materno para poder alcanzar un nivel de desarrollo comparable al que tienen los otros mamíferos en el momento de su nacimiento.
¿Qué implicaciones tiene esto para nosotros? Durante este periodo, tenemos que intentar ofrecer al recién nacido un entorno que se parezca al máximo a lo que conoció en su vida intrauterina. Para ello, el fular es un instrumento ideal. Al portar al bebé en un fular, la madre puede ocuparse de sus labores domésticas y, en algunos casos, profesionales. El bebé seguirá estando en movimiento y será acunado siguiendo el ritmo habitual al que ya estaba acostumbrado antes de nacer.
Para el recién nacido, es exactamente igual que lo portemos delante, a la espalda o a la cadera. Lo que él quiere, ante todo, es estar cerca de su madre (o su padre), sentir sus movimientos, su piel, su olor y oír su voz. Física y acústicamente, el bebé percibe exactamente lo que hace su madre, tanto si cocina como si limpia la casa o tiende la ropa. Se siente seguro y disfruta del acunamiento. Este bienestar le permite dormir o permanecer despierto, en función de sus necesidades.
El recién nacido quiere ser portado, lo necesita. La mejor forma de ser portado, y la más segura para él, es sobre la espalda de su madre. Desde esta posición, que le ofrece unas condiciones similares al espacio intrauterino, puede conocer el mundo que lo rodea con total tranquilidad, con total confianza. Puede ir acostumbrándose paulatinamente a los espacios más abiertos y a las distancias más grandes.
Los bebés que son portados de forma casi ininterrumpida por un adulto desarrollan una mayor conciencia de su propio cuerpo. Al ser siempre acunado, balanceado, el bebé tiene que adaptarse constantemente, tanto física como intelectualmente. La madre se agacha, camina, cocina… etc. Todas esas actividades conllevan un movimiento, cambios de postura a los cuales el pequeño tiene que adaptarse. De este modo, el bebé recibe todo lo que necesita, se siente bien, está satisfecho y puede crecer perfectamente.
A todo ello podemos añadir que cuanto más claro tenga el niño que “pertenece” a su madre, más fácil le resultará separarse de ella con confianza, quizás incluso con ganas, para poder explorar el mundo.
El miedo primitivo, la confianza primitiva.
Cuando el pequeño ser humano llega al mundo, trae consigo una angustia primitiva. Este miedo se debe a que depende por completo de otras personas para sobrevivir y desarrollarse. Aparte del grito y el llanto, no tiene otras armas para sobrevivir. El miedo primitivo puede reducirse instaurando una confianza primitiva que surge por sí sola cuando el bebé sabe, con toda certeza, que puede contar con nosotros en todo momento. El bebé necesita proximidad, calor, amor y alimento. Cuando le ofrecemos esto las 24 horas del día, el miedo inicial desaparece dando paso a la confianza primitiva. Durante los primeros meses, el hecho de portar al bebé de forma permanente contribuye en gran medida a darle todo cuanto necesita para desarrollarse correctamente. El calor, la proximidad, el apego, el movimiento (estimulación vestibular) y la estimulación de los sentidos del oído, el tacto, el olfato y la vista contribuyen también a un desarrollo óptimo del cerebro. El hecho de portar al bebé unido una actitud atenta ayuda a evitar que el bebé padezca cólicos a partir de los tres meses y le permite dormir mejor. Se siente totalmente seguro, inicia su vida de la mejor manera posible y es capaz de desarrollarse sin miedos ni preocupaciones, lo que resulta igualmente beneficioso para la química de su cerebro. Si durante el primer año, y los siguientes, no se establece un vínculo positivo entre el bebé y su persona de referencia, puede ocurrir en casos extremos que el niño no logre establecer jamás relaciones normales con otras personas, ni desarrollarse en el plano moral.
Después de la guerra, un médico estadounidense difundió la idea de que era necesario separar a los niños de su madre, salvo durante los momentos de lactancia (de 20 a 30 minutos cada 4 horas). Esta actitud perturbó las relaciones madre-hijo, tal y como se demostró en un estudio de principios de los años 1970. Las madres que podían estar junto a su hijo varias horas al día desarrollaron un instinto maternal más sólido y fuerte. Tenían una actitud más abierta hacia las necesidades de sus bebés, los acariciaban más y buscaban más el contacto visual con ellos que las madres del grupo de control. Incluso dos años después, aún se podían apreciar diferencias en la forma en que las madres hablaban con sus hijos. En general, empleaban un tono más suave, más afectuoso y menos amenazante.
Este experimento demuestra hasta qué punto las pequeñas intervenciones en los procesos naturales pueden influenciar nuestro comportamiento social y hasta qué punto la química de nuestro cerebro reacciona de forma significativa. Cuando las madres adultas están tan condicionadas por la sociedad, es fácil imaginar cómo afecta ésto a los más pequeños.
El desarrollo neurológico en buenas o malas condiciones.
Las influencias a las que se ven expuestos los bebes en las primeras semanas y meses de vida en la Tierra son determinantes para su desarrollo neurológico y, por lo tanto, para su futuro comportamiento. Se ha constatado que el cerebro de los niños poco acariciados y poco estimulados es hasta un 30% más pequeño que el de otros niños de la misma edad. Algunos experimentos han demostrado la influencia positiva y alentadora que tiene el sentimiento de bienestar, pero también han demostrado que su ausencia provoca lesiones neurológicas. Así, el puerperio intensivo ayuda al recién nacido a crecer con un bajo nivel de estrés, mientras que el estrés provocado por la negligencia, la ira, los insultos, los castigos y los golpes entorpece el desarrollo del cerebro y las capacidades de aprendizaje. Del mismo modo, los pequeños incidentes, sin violencia, pero que son motivados por la depresión, la impaciencia o la irritabilidad pueden tener repercusiones en el cerebro de un niño en pleno crecimiento. Aun así, este órgano tiene la prodigiosa capacidad de regenerarse, si los pequeños incidentes no duran demasiado tiempo, o cuando pueden ser neutralizados por otras personas.
Si la alimentación, el calor y un sentimiento de confianza son esenciales para un desarrollo neurológico saludable, no hay que olvidar la importancia de una actitud positiva y estimulante. En primer lugar, cabe citar la estimulación mediante el lenguaje. Se ha demostrado que los niños a los que sus padres les hablaban mucho tienen un cociente intelectual más elevado que aquellos a los que se habla poco. Para los niños, con el nacimiento comienza una fase extremadamente importante de su vida; una fase en la que son expuestos a estímulos visuales, acústicos, lingüísticos y otros, que sientan las bases de su futuro desarrollo.
El fular brinda todas estas posibilidades de forma inimitable.
El niño siente la seguridad y el amor que tanto necesita para crecer de forma saludable, tanto física como psicológicamente. Esto le permite desarrollar su confianza primitiva. Ahora puede dedicarse a desarrollar su cerebro: es decir, aprender, aprender y seguir aprendiendo. Sus sentidos son estimulados en todo momento: escucha, siente, huele, y ve cada vez mejor; está constantemente en movimiento, lo que permite que sus conexiones neuronales se realicen de manera óptima.
La necesidad de ser acunado
El movimiento, al igual que el hecho de ser acunado, es una necesidad natural. Sabemos, desde la noche de los tiempos, que lo que mejor calma a un bebé es ser acunado. Hemos construido magníficas cunas pero la más eficaz sigue siendo el cuerpo humano. Al portar a un bebé, éste es acunado todo el tiempo, lo que influye sustancialmente en su desarrollo físico y neurológico. Todos sabemos cuánto les gusta a los niños el movimiento, cómo les gusta balancearse, ser levantados por los aires. Se ha demostrado que, en caso de dificultades de aprendizaje o de fracaso escolar, unos simples movimientos pueden ayudar a superar las dificultades. Los niños aprenden mejor y más rápido cuando están en movimiento, cuando se balancean. (Antes se pensaba que había que obligar a los niños a estarse quietos para que pudieran concentrarse).
La importancia de la estimulación vestibular (gracias al movimiento) queda demostrada mediante una constatación realizada en las sociedades donde los niños son portados por sus madres: casi nunca lloran. Puesto que los bebés son portados durante toda su vida intrauterina, es posible que, durante sus primeros meses de vida en la Tierra, muchos de ellos sean sencillamente incapaces de sobrevivir sin contacto corporal y sin estimulación vestibular. Es probable que, en nuestra sociedad, los bebés acostados en sus cunitas permanezcan en una posición poco fisiológica que, entre otras cosas, les haga llorar.
En resumen, podemos afirmar lo siguiente: si, gracias a una educación llena de amor y a un sentimiento de seguridad garantizada, el recién nacido y el niño pequeño pueden desarrollar una confianza primitiva y, así, permitir que sus conexiones neuronales se establezcan de la mejor forma posible, disfrutarán de una mejor base para poder brindar, en el futuro, aceptación, tolerancia y amor a sus semejantes.
Rita Messmer-Studer
Desde | Red Canguro
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