Una premisa crucial para que la convivencia con un animal en la familia sea óptima es recordar siempre que una mascota no es un juguete, sino un ser vivo que merece respeto, cuidados y atención. Los bebés y los niños muy pequeños pueden no interpretarlo así y manipular a los animales como si fueran un muñeco e, incluso, dañarles. No están capacitados para entender la responsabilidad que entraña, por lo que deberán ser los padres quienes asuman el cuidado de la mascota.
"Hay que inculcar al niño que el perro no es un juguete, no es un camión que se pueda desmontar o una Play Station. Es un miembro más de la familia que se merece respeto: hay que sacarlo a pasear, necesita comer, beber, hacer sus necesidades y un trato normal"
Los perros crecen, no son siempre cachorros, Hay que tener en cuenta estas premisas para disminuir las tasas de abandono de perros adultos. Quien adquiere un animal debe responsabilizarse de sus cuidados.
El 60% de las veces que un perro propina un mordisco a un niño, el motivo es imputable al pequeño. Antes de los seis años, los menores tratan con demasiada brusquedad a las mascotas.
Superada esa edad, a medida que el niño crece, mejora el trato y su carácter se vuelve más responsable.
Normas para una convivencia feliz
¿Cuáles son las normas por las que debería regirse la convivencia entre un animal y un niño? La primera y principal es, sin duda, educar al perro de manera que comprenda que, en la jerarquía familiar, el niño se encuentra siempre por encima. Otra norma básica es no humanizar al perro. El niño debe aprender a interpretar su lenguaje corporal, sus necesidades, a darle órdenes coherentes y a castigar con inmediatez, cuando haya cometido algún error, para que el perro lo entienda. También debe premiar con golosinas caninas si quiere adiestrar y enseñar al perro, entre otras cosas, a dar la pata o a sentarse.
Cuando los niños son muy pequeños, los padres deben asumir que el animal es responsabilidad suya. Deben hacerse cargo de él y no dejar al pequeño a solas con el perro. Han de transmitirle, con insistencia, que no es un juguete, y enseñarle a coger en brazos y a manipular al perro con cuidado, a medida que crezca.
Es también fundamental que el niño no se acerque al can mientras come o cuando lleva algo en la boca. Tampoco puede abalanzarse sobre el animal y ha de ser cuidadoso durante el juego. La familia debe mantener una actitud vigilante por si el perro atacara al pequeño. Hay que advertir al niño de que mantenga alejada la cara del hocico y que no empuje ni tire de la cola.
Otras acciones que, en general, deben evitar los niños en su trato con el perro u otros animales es: gritarles cuando no obedezcan alguna indicación; perseguir y arrinconar, ya que la mayoría se sienten atacados si se les acorrala; tirar con fuerza de la correa hacia un lado porque sienten pánico al quedarse sin aire y obedecen peor; pegar con un objeto (un zapato o un periódico enrollado), ya que tienen memoria; esperar demasiado tiempo para castigar, puesto que olvidan pronto sus fechorías y sólo entienden qué han hecho mal si se les reprende de inmediato; o aplicar castigos que no entienden o pueden causar enfermedad, como encerrarles, dejarles sin comida y sin agua.
Se debe educar al perro con refuerzo positivo, amonestarle de inmediato cuando su conducta no sea la apropiada y darle órdenes consecuentes. Si se cumplen todas estas normas básicas, la convivencia de un niño con un perro puede ser una gran fuente de bienestar, que eleva su autoestima, les motiva y les ayuda para su socialización.
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