lunes, 22 de octubre de 2007

La importancia de llamarse...

Desde el más remoto de los tiempos existe la creencia de que el nombre que se le da a un recién nacido marcará su destino, su fortuna o su desesperanza. Por el contrario, un nombre bien elegido concederá poder, atraerá el favor de los dioses y resolverá el futuro.


Cómo elegir

Hoy en día, el escoger un nombre no escapa a aquellas creencias ancestrales. A fines de la década de los 80 en Argentina hubo un furor por los Catriel, nombre indígena de origen araucano que se hizo famoso por el héroe de una telenovela que triunfó contra la adversidad.

Más cerca en el tiempo, en Colombia –y en la comunidad colombiana en Estados Unidos particularmente- hay decenas de varones que hace dos años fueron bautizados Juan Esteban, con la esperanza de ser llamados Juanes, como el ídolo de rock de barrio que alcanzó fama internacional.

Librados de esa imposición social de poner al primogénito el nombre del padre o de la madre –que fue desterrado al lugar del segundo nombre- las parejas de hoy pueden elegir el nombre con algo más de libertad. O al menos con otras imposiciones más signadas por la idea de que el nombre del exitoso "transfiere" al hijo dinero y fama.

Lo que no significa que sea una elección feliz para el vástago. De eso puede dar fe Primitivo Gómez, un salvadoreño de 43 años que vive en el área de Washington, DC. "Nadie de mi familia se llama Primitivo, nunca pudieron explicarme el por qué de la elección", cuenta apenado. Dueño de un comercio en el barrio latino de Adams Morgan, Primitivo, de su nombre, no tiene nada.

Los psicólogos aseguran que no hay que olvidar que un nombre es para todo la vida. Algo que algunos cubanos han recordado a la hora de poner "esos nombres fuera del santoral", como decía Gabriel García Márquez. Y registrar al niño como Adonis o Universo, nombres de hombres grandes, qué duda cabe. Así como son Bárbara, Máxima o Hermosa. Las mejores mujeres.

Las clases medias de cualquier origen forjan linajes a partir de los nombres: es común que se unan dos sílabas de los nombres de ambos padres, de los que surgen curiosidades como Juaju (Juan y Julieta) o Malu (María y Luis).

Pero, para los inmigrantes que viven en Estados Unidos, un consejo clave es elegir nombres que se escriban o pronuncien igual en inglés y en español: evitarán que el niño o niña se pasen la vida deletreando su nombre. Algunos ejemplos: Amanda, Miranda, Linda, Brandon, David, Milton, Jonathan, Laura, Paula, Sofía.

En muchos países latinoamericanos, la legislación impide bautizar al recién nacido con nombres extraños como Oyendo o Agrícola. Pero en Estados Unidos, la libertad creativa de los padres puede ser nociva para el futuro adulto.

Para eso, la ley dice que, una vez mayor de edad, la persona puede decidir cambiarse de nombre. No sea cosa que el estigma de llamarse Cilantro -el nombre que le puso un mexicano en honor a la querida especie muy usada en su país-, perdure para siempre.


Gracias Sofie de Mamas y Bebes

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