
Marina T. era viuda, vuelta a casar y divorciada. Tuvo hijos en sus dos matrimonios. Y además casi había criado a los de su último marido (cuando se fueron a vivir juntos, las dos niñas de él eran menores de 5 años).
Había años en los que la casa se llenaba de gente. Pero había otros en los que a los hijos que tuvo con su primera pareja les tocaba ir con sus abuelos paternos. A los de su segunda "administración", ir con su padre. Y terminaba compartiendo la noche con las chicas de su ex y su madre, con la que gozaban criticando al hombre que las había abandonado a ambas.
Un año dijo basta y propuso "libertad de elección". ¡Basta de ir con quien te "toca"! Los chicos, los de todos, ya estaban en edad de decidir con quién tenían ganas de pasar las fiestas. Era hora de que los adultos se hicieran cargo de las relaciones que habían construido con sus familias. Y se entregaran a la crueldad que puede tener la verdad en manos de alguien a quien hemos ayudado a crecer.
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