sábado, 2 de mayo de 2009

Los gritos también dejan cicatrices

No hace falta pegar a un menor para que las 'señales' perduren toda la vida. Basta con gritarle. Por este motivo y tras los resultados de un nuevo estudio un grupo de investigadores acaba de recomendar la puesta en marcha de programas de intervención precoces para los chicos y chicas que conviven en casas dominadas por la violencia verbal.

El consejo se ha realizado ni más ni menos que en la revista de la Academia Americana de Psiquiatría del Niño y del Adolescente ('The Journal of American Academy of Child and Adolescent Psychiatry') por boca de científicos de la Escuela Simmons de Trabajo Social (en Boston, EEUU) dirigidos por Helen Reinherz.

Esta científica ha reconocido al mundo.es: "De verdad esperábamos que la exposición a la violencia física dejara cicatrices perdurables, pero no creíamos que nos íbamos a encontrar con que la exposición a gritos e insultos entre miembros de una familia tuviera efectos en la vida adulta. Estas consecuencias negativas incluyen problemas de salud mental, concretamente depresión y abuso de alcohol y sustancias. Además, los sometidos a este tipo de agresiones están más descontentos con sus vidas y sufren, incluso, más desempleo".

"El ambiente familiar caracterizado por los conflictos verbales (insultos, amenazas tanto de padres a hijos como entre los propios progenitores) a menudo tiene una influencia perjudicial en el desarrollo psicosocial, la salud mental, y el bienestar de los jóvenes que viven en esos ambientes, pero hasta ahora existía poca evidencia científica de las secuelas a largo plazo", postulan los científicos en su trabajo.

Reinherz y su equipo iniciaron en 1997 la investigación 'Simmons Longitudinal Study' en la que se recopilaron los datos de 1.977 personas de esa comunidad a través de varios informantes (padres, profesores...) en edades muy concretas; a los cinco, seis, nueve, 15 18, 21, 26 y a los 30 años. De todos estos participantes, escogieron a 346 para realizar un nuevo trabajo. Los autores indagaron sobre la existencia de violencia verbal en sus hogares cuando tenían 15 años y sobre la violencia física, también en casa, a los 18 años.

Analizaron si ambos tipos de agresiones tienen repercusiones en la funcionalidad de los adolescentes cuando alcanzan la edad adulta (30 años). Entendiendo por ella, la existencia de salud mental (existencia o no de enfermedades psiquiátricas o problemas de comportamiento), el estado psicológico (autoestima, satisfacción personal en el trabajo u otras actividades), puesto laboral, salud física, e historia familiar (divorcio, separación...).

Como primer dato destaca el número de chicos y chicas que reconoció la prevalencia de conflictos verbales (un 55%) en sus casas a los 15 años, frente a los que vivieron violencia física (un 12%) a los 18.

"El parámetro que más relación tuvo entre los conflictos familiares y las consecuencias a largo plazo fue el relacionado con la salud mental. En los chicos en los que se documentó la vivencia bajo insultos el riesgo de padecer un trastorno psiquiátrico en la treintena era tres veces mayor que el de sus congéneres de familias estables. Entre ellas se incluyen la depresión, la dependencia de las drogas, así como más posibilidades de padecer comportamientos antisociales", reza el trabajo.

Lógicamente, "si la agresión fue física el riesgo posterior de problemas a nivel psicológico, de insatisfacción personal y laboral fue mucho mayor. Los resultados del trabajo constatan que las influencias negativas de los conflictos verbales y físicos se extienden más allá de la juventud tanto en el sexo masculino como el femenino", concluyen los autores.

La familia "es la fuente principal de problemas posteriores. Nos ha llamado la atención que el grupo de chicos que vivió con gritos e insultos a los 15 tenía más probabilidades de padecer depresión en la edad adulta, mientras que los que sufrieron violencia física poseía una mayor incidencia de enfermedades físicas", destaca Helen Reinherz.

"Nuestra investigación tiene importantes implicaciones tanto para la práctica clínica como para las investigaciones futuras. Es necesario crear programas preventivos precoces para estos chicos y chicas, así como fomentar la buena comunicación entre padres e hijos. También se debería hacer un esfuerzo por identificar los factores protectores que pueden emplear los jóvenes expuestos a la violencia verbal y física con el fin de tener una buena funcionalidad cuando se conviertan en adultos", recalca la directora del ensayo.

Desde | El Mundo

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