Los campamentos de verano desempeñan una labor muy positiva en el desarrollo personal durante la infancia. La participación en estas actividades proporciona importantes beneficios entre los niños, que empiezan a acostumbrarse a no sentirse tan protegidos y mejoran sus habilidades sociales al convivir con otros chicos de su edad. Aunque los padres deben animar a sus hijos a que acudan a alguno de estos centros en verano, hay que evitar que el campamento sea recordado por el niño como una mala experiencia.
El desarrollo de la autonomía y de las habilidades sociales del niño constituyen los principales objetivos educativos de un campamento o convivencia de verano. En opinión de Juan García Gómez, director del gabinete psicopedagógico y de orientación familiar Delfos y director del departamento psicopedagógico de la Universidad Alfonso X El Sabio, “mediante estas actividades los chicos empiezan a acostumbrarse a no sentirse tan arropados o protegidos. Al mismo tiempo, aprenden a relacionarse con niños de su misma edad de una manera más natural, con menos normas”.
El entorno en que se realizan los campamentos y las actividades programadas para que los participantes ocupen su tiempo deben fomentar las actividades deportivas y el desarrollo de las aficiones del niño. “Siempre que exista una buena organización, los campamentos de verano son un buen lugar para que el niño cultive a través del juego y los hobbies aptitudes no relacionadas con el estudio, ya que durante el curso escolar la educación se suele centrar en el aspecto intelectual”, explica Juan García Gómez.
La edad a la que se debe comenzar a acudir va a depender del desarrollo madurativo y de las circunstancias familiares de cada chico. No obstante, los objetivos, el estilo y el funcionamiento de cada campamento suelen variar en función de la edad de los niños que acuden. “A partir de los 10 u 11 años el chico está en una buena edad para empezar a relacionarse y participar en estas actividades”, indica el especialista.
Visita de los padres
La duración recomendada para una campamento de verano está en función de la edad de sus participantes. Como apunta Juan García Gómez, en el caso de niños con 10 años no deben superarse los 10 o 12 días de convivencia, todo lo más dos semanas. El psicopedagogo aconseja que los padres visiten a sus hijos durante la estancia, “para que puedan experimentar la alegría de recibirlos y la tristeza de despedirlos”. A partir de los 14 años un campamento de 20 días no supondría ningún problema y en adolescentes ya maduros puede prolongarse la estancia hasta un mes. “Lo óptimo sería que los niños participasen en actividades de este tipo al menos dos veces al año”.
Hay niños a los que les cuesta más adaptarse a situaciones de este tipo al tener una dependencia mayor del entorno familiar. “Quizás sea mejor en estos casos que el niño reciba la visita de sus padres al tercer día en vez de al octavo. Es normal que se sienta amorriñado durante los primeros días de estancia”, opina Juan García Gómez. “En los casos en que exista un rechazo frontal al campamento es absurdo mantener a un niño triste y desesperado durante 10 días. Hay que analizar la causa de esta situación e intentar corregirla, pero es preferible que abandone la estancia antes de ocasionar un sufrimiento excesivo en el chico”.
Con la llegada del verano, los padres deben intentar convencer y animar a sus hijos para que participen en este tipo de actividades, pero siempre respetando el planteamiento del menor, no obligándolo a ir si éste muestra una aversión o temor excesivo a la estancia fuera de casa. Además, hay que considerar en todo momento las preferencias del niño a la hora de elegir el campamento al que acudirá. “No debemos olvidar que se trata de una actividad vacacional en la que el niño tiene la posibilidad de desarrollar sus aficiones”, indica Juan García Gómez. “Desde este punto de vista, el campamento es una actividad necesaria para el desarrollo armónico e integral de la persona”.
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