Desde la mitad del siglo XX, se hizo costumbre evitar la ingerencia de alimentos durante el trabajo de parto, para evitar complicaciones en el caso de necesitar una cesárea. Un estudio del King´s College de Londres nos dice lo contrario.
Uno de inmediato piensa que las conclusiones son médicas, que se examinó el metabolismo o cualquier terminología que a la gente le cuesta comprender. Sin embargo, las razones son netamente emocionales: la privación de alimentos se puede percibir como autoritaria, por lo que a algunas mujeres les puede producir una sensación de miedo y aprensión.
El tema es que el ingerir alimentos puede producir aceleramiento en la respiración, un fenómeno conocido como aspiración pulmonar y que sería muy complicado al momento de una cesárea con anestesia general. El punto, es que en los últimos años, se ha comenzado a usar la anestesia local para las cesáreas, lo que no tendría conflicto alguno con la alimentación.
Como conclusión, las actuales directrices del National Institute for Clinical Exellence dicen lo siguiente: las mujeres de bajo riesgo en condiciones normales de trabajo pueden comer y beber.
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